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jueves, 5 de junio de 2014

Conversaciones en Neverland

PRÓLOGO

Esta es una historia sobre conversaciones entre amigos. Una historia sobre alguien a quien echo de menos entrañablemente cada día. Y sí, era un icono mundial, un genio musical y un alma amable. Principalmente era mi amigo. Mi nombre es Barney. El nombre de mi amigo era Michael Jackson.

Mi objetivo al escribir lo que van a leer es compartir al Michael que conocí durante cinco increíbles años.
Creo en realidad que no soy nadie especial para haber tenido el privilegio de entrar en el mundo de Michael, menos aún para escribir sobre ello. No puedo cambiar lo que la gente quiera escribir sobre Michael, pero lo que puedo hacer es contar las conversaciones que tuve con él tras las puertas de Neverland y en mi propio hogar.

CUANDO MICHAEL Y YO NOS CONOCIMOS


Conocí a Michael el 1 de octubre de 2001. Fue a mi consulta buscando un médico de la localidad que hiciera visitas a domicilio, probablemente me localizó en la guía telefónica. Ese día estaba viendo pacientes como de costumbre cuando mi enfermera, Sue, me dijo tranquilamente que el siguiente paciente era Michael Jackson. 
Por su sonrisa supe que no tenía que preguntar si era alguien que se llamaba como él. Cuando entré a la sala de consulta, Michael estaba sentado en una silla a mi izquierda vistiendo una chaqueta azul con escudo dorado en el bolsillo izquierdo sobre el pecho, una camiseta con cuello en uve, lo que parecía ser un pantalón de pijama en seda granate, calcetines blancos y zapatos negros. Aunque no había estado lloviendo, Michael llevaba un paraguas que dejó apoyado en la pared a la izquierda de su silla. Me presenté como el doctor Van Valin pero le dije que podía llamarme Barney. Michael se levantó y dijo, “hola doctor Barney. Soy Michael”. Mientras hablaba, unió las palmas de sus manos como si fuera a rezar y se inclinó ligeramente hacia mí. Se sentó y tal y como noté después que hacía siempre cuando se sentaba, puso una revista en su regazo.

Le dije: “Encantado de conocerte, Michael”.

Me dio las gracias y después preguntó: “¿le conozco? Me resulta familiar. Creo que nos hemos visto antes”.

Le dije: “No, no nos hemos visto antes, y estoy seguro de que me acordaría si hubiera sido así. Sin embargo el año pasado te vi en el videoclub de Los Olivos pero no hablamos. Mi hija Bianca vino a decirme que estabas al otro lado de la tienda. Quería ir a verte pero le dije que creía que sería mejor dejarte comprar en paz”.

Después de hablar brevemente de temas de salud pasamos a hablar de otras cosas y encontramos que teníamos varios intereses en común. A ambos nos gustaban las antigüedades, nos gustaba la música de los 60 y de los 70, ambos éramos padres de niños pequeños y nos gustaban las ciudades de Los Olivos y el Valle de Santa Inés. Empezamos a hablar de antigüedades y era obvio que tenía una buena colección. Le dije que mis padres habían sido dueños de una tienda de antigüedades en Solvang y que yo había sido el principal proveedor desde 1971 hasta 1984 cuando dejé México para ir a vivir a Chicago. Me preguntó: “¿Qué clase de cosas compraba en México?”

Le dije que mis favoritos eran los carruseles. Los llaman tío vivo y no sabía por qué les llamaban así. Le dije que mis favoritos eran los que estaban hechos en miniatura para niños como el del zoo de Santa Bárbara. Pensé que mi entusiasmo le podía aburrir pero dijo, “No recuerdo haber visto nunca un carrusel en miniatura, ¿tiene alguno todavía?” 
Le dije: “El último se vendió hace mucho tiempo y no sé a dónde fue a parar.” “Las tiendas de antigüedades en México son muy distintas de las de aquí, Michael. No se hacen publicidad y tenía que ir de un lado a otro de la ciudad preguntando a la gente si había algún lugar en donde vendieran antigüedades. Me di cuenta de que mucha gente no conocía la palabra y que aquellos que sí la conocían me decían que tendría más suerte preguntando por cachivaches. Me dieron direcciones de un sitio sin letreros, tan solo un número indicando la dirección. Allí me dijeron que encontraría cachivaches en abundancia. Llamé a la puerta y pasé a una pequeña cocina donde, tras una puerta, entré a lo que para mí era el país de las maravillas en un mundo perdido. Verdaderas antigüedades de varios cientos de años, incluidas pinturas muy antiguas, no solo en lienzo sino en estaño y cobre. Había maderas talladas de la época colonial, Santos de las viejas catedrales de los alrededores de México, cofres, bancos, todo tipo de muebles de madera tallada, animales de carrusel, candelabros e incluso cosas que ni siquiera sabía lo que eran. Nada tenía etiqueta de precio. Solo tenía que preguntar y podía regatear un poco pero los precios estaban ajustados. Con el tiempo, conocí a cada comerciante y cada tienda de antigüedades de Guadalajara”.

Michael estaba sentado escuchando educadamente mientras yo hablaba sin parar hasta que finalmente me dijo: “Me encantan los carruseles también. De hecho tengo uno en el rancho”.

Le pregunté: “¿Está hecho realmente con caballos de madera?”

“Sí, lo compré en Los Álamos”, dijo. Se refería a una ciudad a unos 15 minutos de su rancho en Los Olivos. “Me gustaría que lo vieras. Creo que te encantará”. 
Se estarán preguntando si estaba emocionado, abrumado o sin palabras por estar a solas en una habitación con el Rey del Pop. Verdaderamente, tras la sorpresa inicial cuando la enfermera me dijo que Michael Jackson era el próximo paciente, y después de hablar con él durante un rato, me sentí como si hubiera vuelto a hablar con un viejo amigo.

Al final de la visita Michael me invitó a cenar esa noche en Neverland. Le pregunté si podía llevar a mi hijo Mason, de nueve años. “Por supuesto, tráelo. Se lo pasará muy bien”. Dijo. Cuando Michael se levantó para marcharse apuntó a una revista –People- que estaba en la mesita y dijo: “No deberías comprar eso. Es una revista horrible.” Le dije riendo: “OK.” 






CENA EN CASA DE MICHAEL


Cuando terminé de ver a mis pacientes de ese día llamé a mi esposa, Criss. Le dije que había conocido a Michael Jackson y que me había invitado a cenar, junto con Mason, esa noche. Le pedí que no le dijera a Mason a dónde íbamos, solo que se vistiera porque tenía una sorpresa para él. 

Cuando llegué a casa estaba preparado para salir con unos pantalones caqui, una camisa blanca y una corbata. “Vamos a un lugar asombroso esta noche, Mason”. Mientras salíamos a la carretera, Mason me miró sonriendo y dijo, “Vamos a casa de Michael Jackson, ¿verdad papi?”

No estoy muy seguro de por qué lo adivinó, excepto porque en realidad solo había un lugar asombroso al que se pudiera ir en esa zona: Neverland. Mason ya conocía la generosidad de Michael con las escuelas del Valle de Santa Inés. Solía invitar a varios cursos de las escuelas de la zona a su rancho, para comer o cenar, subir en las atracciones, visitar el zoo y ver una película. Lo hacía frecuentemente. En los años siguientes escucharía muchas veces a Michael decir: “Nadie paga por nada en Neverland”.

Miré a Mason con una sonrisa y asentí diciendo: “Sí, allí vamos”.

Y así empezó todo: casi cinco años de amistad como ninguna otra.

La entrada de Neverland estaba a unas seis millas de mi casa en Ballard (una parte de la ciudad de Solvang). Hay que conducir a través de Los Olivos, por la carretera 154, pasar por el rancho Chamberlin hasta las puertas exteriores que llevan al rancho de Michael. Un rancho de unos 2.800 acres.

El camino hasta su casa serpentea a través de un campo abierto lleno de colinas, robles y artemisas, y había siempre jabalíes, liebres y ciervos al acecho cruzando la carretera. La casa de Michael no era visible desde la puerta principal, donde era requerido detenerse y firmar antes de entrar en el rancho. Era un formulario acerca del comportamiento dentro del rancho cuando eras invitado y en el que se advertía que estaban completamente prohibidas las fotografías en el interior. Por tanto, todas las cámaras y celulares con posibilidad de hacer fotos tenían que quedarse allí ser recogidos a la salida. 

Desde la puerta de entrada había un camino de una milla y media aproximadamente hasta las puertas de hierro forjado de Neverland. Esas puertas no eran visibles hasta que se subía una colina desde la cual se veía uno de los lagos y parte de la casa, dando una idea de la grandeza del lugar. El ganado vagaba libremente por el rancho y a veces se quedaba echado en medio del camino teniendo que ahuyentarlo para continuar. Michael me había dicho cuando estuvo en la consulta que tuviera cuidado y “condujera despacio”.

Mientras me acercaba a las puertas se abrieron automáticamente. Eran enormes y muy ornamentadas. En la cima de las mismas con forma de arco se leía en letras doradas ”Neverland”, y sobre ellas, el nombre de Michael Jackson escrito horizontalmente sobre un lazo dorado.



Al pasar las puertas, el camino se dividía a derecha e izquierda bordeando el lago. Me habían dicho que siguiera el camino de la derecha. Al final se atravesaba un puente de piedra en el que había una cascada sobre un segundo lago, casi del mismo tamaño que el primero y bajo el que pasaba un arroyuelo que unía ambos lagos. Esparcidas a orillas del lago había estatuas de bronce de tamaño natural de niños jugando. Al otro lado del puente pude ver un chofer cerca de cuatro limusinas Rolls Royce negras que nos hizo señas para que aparcara a su lado.

Cuando salimos del coche la puerta principal de la casa estaba abierta y ocho personas del servicio se alinearon en las escaleras para darnos la bienvenida. Michael estaba esperando al final de las escaleras, en la puerta. El personal nos dio la mano y se presentaron uno a uno mientras pasábamos. Este era un Michael diferente al que había visto en mi consulta. Estaba mucho más a cargo de la situación. Parecía muy acostumbrado a estarlo mientras daba indicaciones al personal para volver a sus quehaceres. 

Cuando se marcharon presenté a Mason a Michael, quien a su vez nos presentó a Prince y a Paris (de tres y dos años) quienes se habían quedado detrás de él mientras salía a recibirnos. Paris era bastante tímida y tenía ambos brazos alrededor de la pierna izquierda de Michael mientras nos miraba atentamente detrás de él. Prince se comportó mas como un caballero mientras se adelantaba, nos estrechaba la mano y dijo que estaba encantado de conocernos. Michael intentó que Paris dijera hola, pero todo lo que hizo fue esconder su cabeza en los pantalones de su padre. Eso hizo reír a Michael y le dijo: Oh Paris, “applehead”.



Después de escuchar esta palabra varias veces en los meses siguientes me imaginé que “applehead” era un término cariñoso que Michael usaba para alguien que estaba haciendo el tonto. Incluso se lo decía a Mason a veces. Cuando no había gente alrededor, Michael era mucho más tierno, como la persona que había conocido en la consulta.

Al entrar por la puerta principal, lo primero que noté fue un adorable aroma en el ambiente que supuse procedía de un cuenco con popurrí que había sobre una mesa a la izquierda de una puerta. La segunda cosa que noté fue que estaba rodeado por una tranquila música clásica. El sistema había sido cuidadosamente diseñado para que la música pareciera que estaba en el ambiente sin ningún altavoz visible en ninguna parte.
En la puerta de la izquierda que daba entrada al comedor había un maniquí de tamaño natural vestido como un mayordomo inglés con el brazo estirado y en la palma de su mano tenía una bandeja con cookies frescas y recién hechas. A mi izquierda, bajando un pasillo, estaba la que luego supe que era la habitación de Michael. A mi derecha, un poco más adelante había una escalera con barandilla de roble tallado que llevaba a la segunda planta. En la pared opuesta a la escalera, colgaba de la pared una gran pintura mostrando a Michael sentado en un lecho de flores con una larga hilera de niños siguiéndole y rodeándole. Había varias pinturas similares por la casa, todas del mismo artista, de un estilo inconfundible. Me sentí como si estuviera paseando por un museo.

Michael, Prince y Paris dirigían el camino hacia el comedor donde Michael se sentó a la cabeza de la mesa. Mason se sentó a la derecha de Michael, Prince a su izquierda, yo me senté junto a Mason frente a Paris que pasó poco tiempo en su silla prefiriendo sentarse en el regazo de Michael. Entonces entró una mujer desde la cocina con una bandeja en la que había toallas de mano humeantes y aromatizadas para limpiarnos antes de cenar.

Nos dio un menú a cada uno de nosotros con siluetas de niños saltando en la hierba, hecho especialmente para esa noche. Recuerdo muy bien esa noche. Aunque se imprimía un menú nuevo diariamente, los platos no variaron mucho en las siguientes cenas respecto de la primera. Siempre había perritos calientes, hamburguesas, palitos de pescado, de pollo y chimichanga. Los platos venían con guarnición de judías verdes y maíz o zanahorias. Esa noche tomé chimichanga y Mason y Prince tomaron perritos calientes. No recuerdo que Paris comiera mucho de ninguna cosa, sentada todo el tiempo junto a Michael. Michael tomó palitos de pescado con judías verdes y maíz. 

Mientras estábamos cenando, Michael y yo charlábamos y Prince, que había estado escuchando nuestra conversación, dijo: “Eh, Barney, ¿sabes que vamos a ir después de cenar a la sala de juegos?” Antes de que pudiera contestar Michael le dijo: “Prince, ¿Qué fue lo que hiciste?” y Prince, mirando primero confundido se volvió hacia Michael y dijo con una sonrisa: “Oh sí, me entrometí.” Y Michael dijo: “Exacto, eso hiciste. ¿Y ahora qué?” Prince, sonriendo todavía y orgulloso de haber respondido bien a la pregunta, se volvió hacia mí y me dijo: “Lo siento, me entrometí, Barney.” Le dije que la disculpa era aceptada y que hablaría con él en un minuto. Volviéndome hacia Michael me dijo: “Está excitado porque va a ir a la sala de juegos esta noche.” Después me dijo Michael que la sala estaba restringida excepto para ocasiones especiales y dijo: “Si no lo hago así se aburrirán y ya no la verán como algo especial. No quiero que la den por descontada.”

Todos los vasos en la mesa tenían lo que parecía ser cubitos de hielo pero en realidad eran cubitos de plástico con luces rojas y azules en su interior. Michael estaba muy orgulloso de ellos y fuimos los primeros en usarlos. Cualquier otra bebida que pudieras desear o que pudieras imaginar se podía encontrar en la cocina. Recuerdo que Michael tomaba zumo de manzana Martinelli. Como casi siempre para cenar. Nunca le vi beber té o café. Ni tampoco le vi beber cerveza, vino u otra bebida alcohólica. 
Michael estaba vestido con la misma ropa que había llevado a mi consulta. Para otras cenas en el rancho su vestimenta no difería mucho de la de esa noche. La mayoría de su ropa era de diseño propio, pero cualquier cosa que se ponía le sentaba bien.

LA SALA DE JUEGOS

Después de cenar se sirvió el postre en la sala de juegos justo detrás de la casa. Yo había estado en ese edificio muchos años antes, poco tiempo después de que la casa fuera construida por un amigo de la familia llamado Bill Bone. Fue construido entre la piscina y la pista de tenis. Cuando vi la pista de tenis recordé haber jugado dobles allí unos años antes. Al entrar en la sala vi que había una segunda planta que no recordaba haber visto antes. De hecho, la única cosa que reconocí fue la escalera que bajaba a lo que entonces era una bien surtida bodega. 
Ahora, cada tipo de video-juego que puedan imaginar ocupaba cada centímetro del espacio del interior del edificio. Había máquinas de pinball, una cabina de fotos e incluso una de esas máquinas para grabar peniques. Sonaba música rock en todas las máquinas y el ruido en el lugar era tal que tenías que gritar para hablar con alguien a tu lado. Recuerdo que pensé que la factura de electricidad debía ser enorme.

Había un gran video-juego, en el que de hecho subí, que ocupaba el espacio que había sido la entrada a la pista de tenis. Una vez dentro del juego era como si fuera un piloto de caza dentro de una cabina de avión. Cuando te ponías el cinturón y la puerta se cerraba, había una pantalla frente a mí en la cual podía ver a los aviones enemigos disparando en pleno vuelo. Si giraba el volante a derecha o izquierda, todo el aparato hacía lo mismo. Si lo echaba hacia atrás, la máquina entera se giraba hacia arriba y me ponía de espaldas de modo que un poco más y me daba la vuelta entera! Tan divertido como parecía ser, te dejaba tan desorientado que me hacía sentir un poco enfermo y tuve que parar y salir. Le dije a Mason que lo probara pero creo que era algo intimidante para él porque se negó.

Había un bar en una de las paredes que servía helado de chocolate, vainilla y una mezcla de los dos sabores si querías. También un refrigerador con puertas de cristal para poder ver el interior. Había toda clase de helados, Eskimo, Pies, Big Stcks y Haagen Dazs. Cerca de él había un mostrador con el frente de cristal tras el cual había toda clase de chucherías que se pueda imaginar.

Todos fuimos de un lado a otro probando diferentes juegos. Recuerdo haber mirado a Michael en un momento dado cuando la música estaba sonando con gran estruendo y estaba haciendo el moonwalk y bailando como si fuera la única persona en la habitación. No estaba exhibiéndose, solo disfrutaba de la música. Sería la única vez que le vi haciendo esto. En futuras visitas le pedí en diferentes ocasiones que me enseñara cómo lo hacía pero siempre tenía una excusa para no hacerlo (los zapatos no eran adecuados, le dolían los pies, el suelo no era apropiado, etc). Al final me di cuenta de que probablemente le habían pedido hacerlo demasiadas veces.

Una vez le pregunté qué pasaría si lo hiciera a la inversa y él me preguntó: ‘¿qué quieres decir?’ Le dije: “Bueno, cuando haces el moonwalk parece que estás intentando caminar hacia atrás en una cinta transportadora del aeropuerto, yendo en dirección opuesta. ¿Qué pasaría si tratas de hacer lo contrario, parecería que estás caminando de espaldas en una cinta transportadora yendo hacia adelante?” Michael lo pensó por un minuto y dijo: “No lo sé. Tendré que pensar en ello”. Nunca le pregunté si lo había intentado alguna vez.

Creo que la única razón por la que le pedí que me enseñara el moonwalk tan a menudo era porque Michael era famoso por este movimiento. Aunque nunca accedió a hacerlo hay algo más que añadir a la historia. En alguna de nuestras conversaciones volvió a salir el tema y le pregunté: “Cómo se te ocurrió el moonwalk? ¿Estabas trabajando en pasos de baile y tuviste algún destello que te hiciera pensar en ello? Sonrió y me miró de frente diciendo: “¿Realmente crees que yo lo hice?” Le sonreí a mi vez y le dije: “Claro, siempre me lo he imaginado porque no he visto a nadie más hacerlo nunca.” 
Michael dijo: “Bueno, nunca lo hice hasta un día en la ciudad de Nueva York. Estaba sentado en la parte de atrás de una limusina mirando por la ventana. Estábamos en alguna calle cuando vi a unos chicos bailando y dando vueltas y allí fue donde lo vi. Uno de ellos estaba haciendo el moonwalk. Tenía que salir y verlo de cerca así que le dije al chofer que parara y retrocediera. Salí y crucé la calle hasta la esquina y le pedí que me enseñara cómo lo había hecho y lo hizo. No puedo concederme el crédito por ello. Fue ese grupo de niños quienes me enseñaron. Después lo probé en el escenario y la gente se volvió loca, de modo que lo mantuve como parte del espectáculo”. 

Cuando recuerdo la historia que Michael me contó no puedo evitar sonreír mientras pienso en aquellos chicos; lo que debe haber sido para esos chicos que Michael Jackson se les acercara en la calle de esa manera. Probablemente todavía estén contando esa historia.



LA PLANTA ALTA

Después de pasar casi una hora en la sala de juegos, Michael me dijo que quería llevarnos a la casa para enseñarnos algo. Para entrar de nuevo en la casa había que pulsar un código electrónico para abrir la puerta. Nos llevó arriba a una gran habitación de juegos sobre el comedor. Al fondo había una figura de tamaño natural de Darth Vader hecha totalmente a base de Legos. Después de contarnos su origen; que he olvidado, Michael fue a los armarios y cajones que había por la habitación y empezó a sacar juguetes y a dárselos a Mason. Michael estaba tan entusiasmado sacando juguetes de los armarios como Mason mirando lo que sacaba de ellos. 

Le recuerdo sacando una máscara de goma de Darth Maul y dándosela a mi hijo diciendo: “Toma Mason, quiero que tengas esto. ¿Sabes quién es Darth Maul?”

Mason respondió, “Sí, lo sé pero no puedo aceptarlo. Sé cuánto cuesta y es muy cara”. Michael dijo: “No, está bien, de verdad. Insisto en que te la quedes”. Mason me miró y le sonreí asintiendo. Se volvió hacia Michael y dijo: “OK. Me la quedaré con una condición”. Michael preguntó: “¿Cuál?” Mason contestó: “Que la firmes en el interior”. Michael se rió mirándome, abrió los ojos un poco y asintiendo dijo: “Chico listo!”.
Michael volvió la máscara del revés y procedió a firmarla. Escribió: “Para Mason, tu amigo Michael Jackson”. Aunque Michael intentó darle muchos más juguetes, Mason se quedó completamente satisfecho con la máscara de Darth Maul.

Después de dejar la habitación de juegos Michael nos llevó al cine, a una media milla de la casa. Era un edificio grande con un camino circular frente a algunas estatuas de bronce representando a niños junto a uno de los lados de la entrada.




Entramos al interior donde había un mostrador de cristal repleto con todo tipo de chucherías imaginables. Detrás de mostrador había una máquina de palomitas y a su lado un dispensador de helados. También había otro gran congelador con puertas de cristal deslizables lleno de barras de helado. Nos servimos nosotros mismos unos helados con algunos de los acompañamientos que había en los dispensadores. Michael llamó al operador de cabina para que bajara a hacernos unas palomitas. “Mantengo todo esto bien surtido para que los niños que vienen de las escuelas a pasar el día en Neverland puedan tener todo lo que quieran. No hay caja registradora aquí porque nadie paga nada en Neverland,” dijo Michael.



A cada lado del mostrador había puertas que dirigían al teatro. Las sillas podían reclinarse hacia atrás y uno podía mecerse en ellas. Eran tan grandes y confortables como los asientos del salón. El frente de la sala tenía grandes cortinas que se abrían dejando ver la pantalla detrás. Ésta se levantaba para dejar ver un escenario con suelo de madera donde Michael dijo que practicaba sus bailes para sus videos. 




En la parte de atrás del cine había dos grandes ventanas de cristal en la pared. A través de ellas se podían ver una cama en cada una. Michael dijo que las había incluido en el diseño de la sala para que los niños postrados en cama pudieran disfrutar de una película en un cine real. Esa noche no vimos una película pero vimos muchos dibujos animados y algunos de los videos de Michael. Con el tiempo vimos en ese teatro muchas películas que se estaban proyectando al mismo tiempo en los cines. Michael tenía algún tipo de trato para poder recibir cada nuevo estreno. De hecho, camino del teatro había posters anunciando los estrenos o los próximos estrenos en Neverland colgados en grandes paneles de cristal a ambos lados de la carretera.


Después de salir del cine fuimos a una enorme feria llena de cacharros como los que podrían encontrarse en un parque de atracciones. Toda la zona estaba iluminada con brillantes luces de colores. Sonaba la música en todas las atracciones y Michael nos llevó primero a los coches de choque. Siempre había dos hombres jóvenes allí para llevarnos a la atracción que quisiéramos. Los coches de choque eran de hecho una de las más divertidas y Michael era salvaje, yendo tan rápido como podía, intentando chocar con todo el que estuviera desprevenido. Después se daba la vuelta y salía pitando riéndose. 

Fuera de la casa de los coches de choque había un montón de pantallas de al menos tres pisos de altura en las cuales Michael decía que podías jugar con los juegos de Xbox, Game Cube o incluso ver películas. Habían sido utilizadas en principio en el escenario de su gira mundial como parte del atrezzo y también como pantallas para ver el concierto. Pasamos este lugar y subimos unas escaleras al lado de la colina llevando unos sacos de yute sobre los cuales rodamos deslizándonos por un tobogán con colinas y cauces profundos muy parecido al que se vería en una feria del condado, solo que mucho mayor. Era lo bastante divertido como para repetir varias veces y Michael parecía pasarlo tan bien como nosotros


Desde allí me llevó a ver el carrusel del que me había hablado antes. Era toda una belleza. Había animales y asientos tallados a mano en madera que parecían trineos y tenían cabezas de dragón talladas a los lados. A todo alrededor de la atracción estaban las escenas originales pintadas a mano y espejos. Había espejos también en el centro en donde te podías mirar mientras dabas vueltas y salía música detrás de ellos. La música sonaba como un calíope pero no recuerdo haber visto las flautas que podrían producir ese sonido único.

Subimos al Sea Dragon que era en realidad un barco vikingo que subía tan alto que parecía que te ibas a caer de él. Mason se subió en él con reparos y se tapó los ojos todo el tiempo. De hecho paramos la atracción antes de tiempo porque estaba asustado. Había puestos de helados y palomitas diseminados entre las atracciones. Otra atracción en la que estuvimos fue las Sillas Voladoras. Una cosa buena de las atracciones allí era que no había tiempo límite. Tan solo hacías una señal al operador para que parara o siguiera en marcha.



Cuando nos hartamos de atracciones, Michael llamó a uno de los Rolls Royces limusinas para recogernos y llevarnos de vuelta a la casa. Michael nos dijo adiós desde la puerta principal y añadió: “Gracias por venir. Me lo pasé muy bien”.

Respondimos lo mismo agradeciéndole por el tiempo tan maravilloso y salimos hacia nuestro coche. Mientras conducía a la salida, dijo Mason: “Eh papi, ¿qué es eso?” Miré en el asiento de atrás y había tres grandes bolsas llenas con todos los juguetes que Mason había rechazado educadamente en la sala de juegos. Eso incluía una Xbox y una Game Cube con unos cuantos juegos para cada una. En otras visitas al rancho sucedió siempre lo mismo. Cuando salía, Michael siempre hacía llenar el asiento de atrás del coche con regalos. Y con el tiempo, cuando Michael empezó a venir a nuestra casa, nunca llegaba sin un puñado de DVDs.

Al día siguiente, Mason fue al colegio y durante el recreo contó a la clase que había estado en casa de Michael Jackson y había cenado con él. Muchos en la clase se rieron y se burlaron diciendo: “Sí, claro. Seguro que fuiste, Mason”. No quisieron creerle. Desde entonces, Mason nunca habló de ello. Guardó para sí mismo todas las visitas de Michael y los viajes al rancho. Con el tiempo, fui a casa de Michael (solo o con mi familia) o él venía a mi casa; a menudo acompañado de Prince y Paris. Nos veíamos o hablábamos por teléfono casi cada semana durante los siguientes cuatro o cinco años excepto cuando él estaba fuera por negocios. 



FUENTE:http://mjhideout.com/forum/enciclopedia-mj/113779-conversaciones-neverland-michael-jackson-william-b-valin-4.html

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